EL MUNDO

Número 17 / Domingo 11 de Febrero de 1996


Guía para Elegir la Mejor Residencia de Ancianos

Las residencias modernas ya no son asilos, pero conviene tomar algunas precauciones antes de decantarse por una pública o una privada


Por Pilar Pineda

No es justo. Decimos que el abuelo o la abuela (o los suegros, o los propios padres) son un problema, cuando lo que sucede es que tienen un problema -la vejez lo es, se mire como se mire- y no pueden, por sí solos, enfrentarse a él. No necesitan lástima, ni reflexiones hipócritas sobre lo mucho que nos han dado o lo bien que convivían antaño unas generaciones con otras, sino soluciones.
Que las ciudades son cada vez más grandes y las casas cada vez más pequeñas es una verdad sólida como las piedras, y lamentablemente irreversible. Pero es que, además, sucede que vivimos -ellos y nosotros- en mundos distintos. El nuestro se llama futuro y a él dedicamos el cien por cien de los afanes (trabajar, ahorrar, estudiar, progresar, hacer planes). El de ellos se llama día a día. Cuanto más cómodo y placentero les resulte, más habremos acertado en la solución.

Comodidad, ante todo.
¿ Qué significan para un anciano comodidad y placer? Pues cosas que ni se nos pasan por la mente a los veinticinco años o a los cuarenta. La sonda gástrica bien puesta, las pastillas y el oxígeno a su hora, la comida sin sal... No, no se estremezca. Usted también necesitará, en su día, que alguien le sujete en la ducha o le cambie el suero. Y mal asunto si no lo necesita. Significará que algún mal catarro, o sabe Dios qué tropiezo, le habrán barrido tempranamente de este mundo y habrán liberado a su familia de visitarle los domingos en <<la resi>>.
Por si acaso, y si es usted de los que duran y duran, vaya pensando (mientras busca soluciones para sus padres, suegros, abuelos, etc.) en su propia edad dorada.

A pesar de las facilidades que las Administraciones vienen prestando a los ancianos en materia de asistencia social y domiciliaria, tranquilidad y comodidad están, en principio, más garantizadas en una residencia de ancianos (pública o privada) que en el piso propio, por más que uno sienta abandonar las cuatro paredes de su alma. Las residencias -sobre todo las más modernas- están pensadas con criterios ergonómicos ad hoc , es decir, todos sus elementos, escaleras, cuartos de baño, ascensores, comedores, peluquería, enfermería, etc., tienen las formas y tamaños más adecuados para los potenciales usuarios (en estos momentos, y en España, hay unos seis millones y medio de jubilados).

<<Asistencia sí, lujos no>>, podría ser el eslogan de las residencias públicas, a las que se ha llamado durante años <<del seguro>> y, más recientemente, <<del Inserso>>. Sin embargo, desde el 1(o) de enero de este año, tampoco son ya competencia de este organismo, sino de las correspondientes Comunidades Autónomas.
Sólo en tres Comunidades, La Rioja, Baleares y Castilla la Mancha, sigue aún el Inserso ocupándose de este tipo de centros: en las dos primeras porque aún están pendientes de que termine de formalizarse el traspaso de competencias y, en la última, porque la gestión se ha transferido de derecho, pero no de hecho. También los ayuntamientos gestionan algunas residencias, pero su número es muy escaso y es difícil conseguir una plaza en alguna de ellas.
Hay algo muy importante que no debemos olvidar: residencia pública no significa gratuita. Los residentes han de pagar por su plaza el 75% de su pensión, sea o no contributiva (los ancianos tienen en ambos casos derechos idénticos).

Públicas

Es difícil obtener una plaza. De las 2.700 residencias geriátricas que existen en España, sólo 700 tienen carácter público, lo que en términos de asistencia significa que en el Inserso (que acaba de perder las competencias, pero que es aún el único organismo capaz de facilitar cifras oficiales) existen todavía unos 27.000 jubilados en lista de espera (14.000, sólo en la Comunidad de Madrid).
Ni siquiera los Centros Concertados (residencias privadas que ceden -o mejor dicho, venden- parte de su capacidad a la Administración) han podido absorber este excedente de jubilados y solucionar un problema que se agrava con el tiempo: el de las personas que, sin posibilidad de acceder a una residencia pública, no pueden tampoco permitirse el lujo de una privada.
¿Son buenas, malas o regulares las residencias públicas? De momento, como ya se ha visto, son escasas, muy escasas. De las 3,5 camas por cada 100 mayores de 65 años que prescribe el Plan Gerontológico Nacional, tenemos poco más de la mitad.

Burocracia.
Las residencias públicas son caras (para la Administración, que las gestiona, y para los contribuyentes, que las pagamos).
Fuentes de la Federación Nacional de Residencias Privadas para la Tercera Edad aseguran que al Estado le cuestan las Residencias Públicas más de 15.000 pesetas por cama y día, cuando su valor real es de unas 5.800: exactamente el precio cama/día que cobran, también al Estado, los centros privados/concertados ?Por qué esta diferencia? Por lo de siempre: mala gestión, burocracia excesiva, exceso de personal... Las mismas fuentes afirman que existe en estos centros un absentismo laboral cercano al 33% y que, en consecuencia, los responsables de cada residencia necesitan, por si las moscas, contratar a personal de sobra.
A usted le interesa saber que para elegir una residencia pública conviene informarse sobre los medios humanos y técnicos con que cuenta. Además de los datos oficiales que pueda recabar, no está de más hablar con familiares de residentes. Y no con uno, sino con varios. Porque también es frecuente la soledad, la falta de adaptación al nuevo entorno y los achaques lógicos de la vejez lleven a algunos ancianos a mostrar todo tipo de quejas ajenas al funcionamiento del centro.

Según el sueldo.
Hasta hace relativamente muy poco, los jubilados con una renta media lo tenían más difícil que sus vecinos de arriba o de abajo porque, gracias a lo que los expertos denominan el efecto sandwich (emparedado), la Administración terminaba marginando abiertamente a los pensionistas que cobraban más en favor de los que tenían rentas más bajas. Pero cobrar algo más que el mínimo no significa cobrar mucho, de modo que tampoco podían estos pensionistas medianos permitirse el lujo de una residencia privada. Para evitar esta marginación, los responsables del Inserso (cuando aún tenían esta competencia en su poder) cambiaron de baremo y decidieron valorar, como prioridad, las necesidades asistenciales de los ancianos.

¿Válidos o asistidos?
A mayor dependencia de terceros (parálisis, alzheimer, etc..), más posibilidades de conseguir la codiciada plaza en una residencia pública.
En líneas generales, las residencias pueden ser, según el grado de dependencia de los usuarios, para válidos (equipadas sólo para acoger a personas capaces -física y mentalmente- de realizar tareas cotidianas sin la ayuda de terceros); para asistidos (todo lo contrario; equipadas para acoger a personas incapacitadas que necesitan el cuidado y la vigilancia de terceros) y mixtas (acogen a los dos grupos). Esta división es fundamental, tanto para los usuarios a la hora de solicitar su cama, como para los empresarios y gestores de residencias -públicas y privadas- ante la necesidad de analizar los costes. Así, por ejemplo, mientras que los válidos necesitan una vigilancia moderada (una persona por cada cuatro o cinco residentes) los asistidos necesitan casi el doble (como mínimo, una persona por cada tres) y mientras que la superficie mínima requerida para válidos -según la última normativa de la C.A.M., reguladora del sector en Madrid- es de 5 metros cuadrados por persona (en las zonas de uso individual), la superficie que necesitan los asistidos es de 7,5 metros cuadrados. De todos modos, se está estudiando una nueva catalogación que contemple diez categorías distintas de validez, desde los ancianos plenamente capaces a los absolutamente discapacitados . La ley determina que sólo los ancianos con enfermedades crónicas o infecto-contagiosas (necesitados, por tanto, de asistencia hospitalaria) no pueden ingresar en una residencia.

Privadas

Se acabaron los problemas. O casi. Si ya se ha decidido por una residencia de pago, y si tiene claro qué tipo de residencia necesita (válidos o asistidos) y dónde la necesita (qué barrio o ciudad), lo único que debe preocuparle a partir de este momento es, primero, que no existan dudas sobre su legalidad, solvencia y seriedad; y, segundo, que no le cueste a usted un riñón.
¿Y cuánto es un riñón, se preguntará? Depende. Una residencia ubicada en Madrid es más cara que otra situada en una provincia pequeña, y ésta, a su vez, es más cara que otra situada fuera de un entorno urbano (por ejemplo, en el campo o la montaña).
Grandes capitales, como Madrid o Barcelona, y barrios residenciales, como La Moraleja o Pedralbes, son sinónimo de residencias caras (de 300.000 a 400.000 pesetas por persona al mes, en habitación individual), mientras que ciertas renuncias (por ejemplo, una habitación compartida en esta misma residencia) implican un coste más moderado (en este caso, exactamente la mitad: 150.000/200.000 pesetas al mes).

Favor y negocio.
En España hay 2.000 residencias privadas de la tercera edad divididas globalmente en <<con>> y <<sin>> ánimo de lucro. Unas 1.100, entre las primeras, están federadas (pertenecen a la Federación Nacional) y el pequeño grupo formado por las segundas -sin cuantificar- pertenece a órdenes religiosas ( o a las Organizaciones No Gubernamentales) y se financia con legados y donativos (más el porcentaje a obras benéficas procedente de los impuestos).
Amplias, modernas y luminosas -en general-, las residencias privadas han ido floreciendo como negocio en un espacio de tiempo relativamente corto (entre ocho y diez años) pero arrastran también sus propios problemas. Uno de los más importantes es la piratería (residencias ilegales) y otro, relacionado estrechamente con el primero, la falta de catalogación, es decir, la falta de un método clasificador propio, similar a las estrellas en los hoteles o a los tenedores en los restaurantes. Ésta es la gran asignatura pendiente de las residencias privadas.
Son frecuentes las noticias sobre desmantelamiento de residencias piratas en distintas ciudades españolas. Pero da la impresión de que se descubren sólo cuando surge alguna desgracia sanitaria.

Legalidad.
Es una condición imprescindible, tanto para el bienestar del usuario como para la tranquilidad de los familiares. Las residencias ilegales (piratas) cuestan menos -aunque no mucho menos, que quede claro- pero acaban saliendo carísimas porque, antes o después, tendrá usted que verse metido en pleitos.
Así pues, huya de las residencias clandestinas -instaladas habitualmente en pisos pequeños con escasa o nula vigilancia médica- y busque siempre el documento de autorización administrativa emitido por la Comunidad Autónoma correspondiente (en concreto por la Consejería de Salud, Integración, Bienestar, o como se denomine en cada caso).
Este documento debe estar expuesto en un sitio visible del vestíbulo o la oficina pero, si no fuera así, pídaselo al director del centro. Sin ese documento, la residencia es ilegal. (También es una garantía de legalidad y seriedad que el centro pertenezca a la federación nacional).

Documentos .
El contrato es otro requisito imprescindible para identificar la legalidad de un centro. Cada residencia tiene que tener su propio impreso (con las cláusulas, condiciones de pago, etc. claramente definidas) y en ningún caso admitirá a residentes que no acepten libremente su traslado. En caso de falta de pago, o conductas que afecten gravemente a la buena convivencia con los otros residentes o la normal actividad del establecimiento, la residencia podrá resolver el contrato previa comunicación a la Comunidad Autónoma correspondiente. La existencia de un reglamento de régimen interior también acredita la seriedad y legalidad de un centro.

Precios.
Además de los documentos que se han mencionado, una residencia privada necesita tener, autorizada y puesta al día, una lista de precios. Pero, !mucha atención!, los precios que figuran en esta lista son los máximos permitidos -porque también aquí interviene la Administración para controlar y evitar los abusos-, pero eso no quiere decir que no pueda usted negociar sobre esas cifras. En otras palabras, regatear.
Los precios por persona oscilan entre 150.000 pesetas (en habitación doble compartida) y 400.000 (en habitación doble para uso individual) pero dependerán siempre de las condiciones del centro y de los servicios que en él se presten. Cuantos más extras (hidromasaje, piscina, biblioteca, solarium, cocina propia, sala de conciertos, etc.), mayor precio.
Tenga en cuenta, a la hora de regatear, las plazas que el centro tiene disponibles en esos momentos. Hasta no hace mucho tiempo, estas residencias estaban llenas, pero la crisis ha dejado muchos hogares a medio gas y se necesitan las pensiones de los ancianos para llegar a fin de mes. Estudie también la eventualidad de pagar extras; en ciertas residencias, la rehabilitación o la fisioterapia -prestaciones obvias tratándose de la tercera edad- se consideran un extra, mientras que en otras sólo se pagan aparte los servicios estrictamente complementarios, como la odontología y la peluquería.

Ventajas.
Hay que reconocerlo: son muchísimas. Quizás la más importante sea la flexibilidad, en términos generales, que impera en estas residencias, tanto si hablamos de oferta y precios como de disciplina. Las residencias privadas ofrecen alternativas realmente interesantes, como la de convertirse en residencias de día (los ancianos van por la mañana y vuelven a sus casas por la noche, de forma que no se desvinculan del todo del calor familiar) o en residencias temporales (un anciano puede pasar allí un mes, dos o el tiempo que él decida, y ver así si se adapta al lugar o si prefiere volver a casa o buscar otra residencia).
Una residencia de día (con las tres comidas y la misma atención que se dispensa al resto de los ancianos) cuesta entre 2.500 y 3.000 pesetas diarias, es decir, unas sesenta mil pesetas al mes, si no contamos los fines de semana.
La flexibilidad significa también una disciplina muy suave. Nadie madruga, si no quiere, no hay que comer o cenar a unas horas determinadas, no hay horarios de visita (los familiares y visitantes pueden permanecer en la residencia el tiempo que deseen, e incluso comer o cenar allí junto a los residentes) y todo el mundo se mueve con una mayor libertad.

Ambiente.
No sólo el lujo o la calidad de los servicios diferencian a una residencia de otra. Cada una tiene, además, su personalidad, su clima. Si quiere que el futuro usuario se sienta cómodo de verdad, búsquele un lugar a su medida, es decir: un ambiente familiar y entrañable si se trata de una persona sencilla y comunicativa; un entorno formal, si el interesado ama y respeta las formalidades (por ejemplo, hay residencias en las que se llama a los usuarios de usted, mientras que en la mayoría prevalece el tuteo); un buen equipamiento deportivo, si es de los que no saben vivir sin el deporte... En definitiva, búsquele un hábitat apropiado. Su satisfacción y confort, mientras dure su vida, dependen de ello.